Monday, March 12, 2012

La Scuole di Atene - Rafael

Los Davides

http://www.britannica.com/bps/media-view/123721/1/0/0 - El David de Donatello

El David de Miguel Ángel

Luis de Góngora

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Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

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  La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

  ¡amantes! no toquéis si queréis vida:               5
porque entre un labio y otro colorado
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

  No os engañen las rosas que al Aurora
diréis que aljofaradas y olorosas                     10
se le cayeron del purpúreo seno.

  Manzanas son de Tántalo y no rosas,
que después huyen dél que incitan ahora
y sólo del Amor queda el veneno.

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http://www.vicentellop.com/TEXTOS/gongora/polifemo.pdf - La Fábula de Polifemo y Galatea (Texto entero)
http://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/la-familia-de-felipe-iv-o-las-meninas/?no_cache=1 - Las Meninas de Diego Velazquez

http://www.uprb.edu/tapiz/tapiz@lared001/indicegaleria001.html - Las Hilanderas

Pinturas




http://www.ibiblio.org/wm/paint/auth/botticelli/ - Sandro Boticelli

http://www.nationalgallery.org.uk/paintings/diego-velazquez-the-toilet-of-venus-the-rokeby-venus - Diego Velazquez

http://lapalabrafigurada.wordpress.com/2010/03/27/dali-cristo-de-san-juan-de-la-cruz/ - Cristo de Salvador Dalí y de San Juan de la Cruz




fragmento del Timeo de Platón
Creación del alma del universo

El dios no pensó en hacer el alma
más joven que el cuerpo, tal como
hacemos ahora al intentar describirla
después de aquél --pues cuando los
ensambló no habría permitido que lo más
viejo fuera gobernado por lo más joven--,
mas nosotros dependemos en gran
medida de la casualidad y en cierto modo
hablamos al azar. Por el contrario, el
demiurgo hizo al alma primera en origen
y en virtud y más antigua que el cuerpo.
La creó dueña y gobernante del
gobernado a partir de los siguientes
elementos y como se expone a
continuación. En medio del ser
indivisible, eterno e inmutable y del
divisible que deviene en los cuerpos
mezcló una tercera clase de ser, hecha de
los otros dos. En lo que concierne a las
naturalezas de lo mismo y de lo otro,
también compuso de la misma manera
una tercera clase de naturaleza entre lo
indivisible y lo divisible en los cuerpos
de una y otra. A continuación, tornó los
tres elementos resultantes y los mezcló a
todos en una forma: para ajustar la
naturaleza de lo otro, difícil de mezclar, a
la de lo mismo, utilizó la violencia y las
mezcló con el ser. Después de unir los
tres componentes, dividió el conjunto
resultante en tantas partes como era
conveniente, cada una mezclada de lo
mismo y de lo otro y de ser. Comenzó a
dividir así: primero, extrajo una parte de
todo; a continuación, sacó una porción el
doble de ésta posteriormente tomó la
tercera porción, que era una vez y media
la segunda y tres veces la primera; y la
cuarta, el doble de la segunda, y la
quinta, el triple de la tercera, y la sexta,
ocho veces la primera, y, finalmente, la
séptima, veintisiete veces la primera.
Después, llenó los intervalos dobles y
triples, cortando aún porciones de la
mezcla originaria y colocándolas entre
los trozos ya cortados, de modo que en
cada intervalo hubiera dos medios, uno
que supera y es superado por los
extremos en la misma fracción, otro que
supera y es superado por una cantidad
numéricamente igual. Después de que
entre los primeros intervalos se
originaran de estas conexiones los de tres
medios, de cuatro tercios y de nueve
octavos, llenó todos los de cuatro tercios
con uno de nueve octavos y dejó un resto
en cada uno de ellos cuyos términos
tenían una relación numérica de
doscientos cincuenta  y seis a doscientos
cuarenta y tres. De esta manera consumió
completamente la mezcla de la que había
cortado todo esto. A continuación, partió
a lo largo todo el compuesto, y unió las
dos mitades resultantes por el centro,
formando una X. Después, dobló a cada
mitad en círculo, hasta unir sus
respectivos extremos en la cara opuesta
al punto de unión de ambas partes entre
sí y les imprimió un movimiento de
rotación uniforme. Colocó un círculo en
el interior y otro en el exterior y proclamó
que el movimiento exterior correspondía
a la naturaleza de lo mismo y el interior a
la de lo otro. Mientras a la revolución de
lo mismo le imprimió un movimiento
giratorio lateral hacia la derecha, a la de
lo otro la hizo girar en diagonal hacia la
izquierda y dio el predominio a la
revolución de lo mismo y semejante;
pues la dejó única e indivisa, en tanto que
cortó la interior en seis partes e hizo siete
círculos desiguales. Las revoluciones
resultantes estaban a intervalos dobles o
triples entre sí y había tres intervalos de
cada clase. El demiurgo ordenó que los
círculos marcharan de manera contraria
unos a otros, tres con una velocidad
semejante, los otros cuatro de manera
desemejante entre sí y con los otros tres,
aunque manteniendo una proporción.
 Una vez que, en opinión de su
hacedor, toda la composición del alma
hubo adquirido una forma racional, éste
entramó todo lo corpóreo dentro de ella,
para lo cual los ajustó reuniendo el centro
del cuerpo con el del alma. Ésta, después
de ser entrelazada por doquier desde el
centro hacia los extremos del universo y
cubrirlo exteriormente en círculo, se puso
a girar sobre sí misma y comenzó el
gobierno divino de una vida
inextinguible e inteligente que durará
eternamente. Mientras el cuerpo del
universo nació visible, ella fue generada
invisible, partícipe del razonamiento y la
armonía, creada la mejor de las criaturas
por el mejor de los seres inteligibles y
eternos. Puesto que el dios la compuso de
estos tres elementos --la naturaleza de lo
mismo,  la  de  lo  otro  y  el  ser--,  la  dividió
proporcionalmente y después la unió,
cuando [el alma], al girar sobre sí misma,
toma contacto con algo que posee una
esencia divisible o cuando lo hace con
algo que la tiene indivisible, dice,
moviéndose en su totalidad, a qué es,
eventualmente, idéntico, de qué difiere o
de  qué  es  relativo  y,  más  precisamente,
cómo y de qué manera y cuándo sucede
que  un  objeto  particular  es  relativo  a  o
afectado por otro objeto del mundo del
devenir o del de los entes eternos e
inmutables. Cuando en el ámbito de lo
sensible tiene lugar el razonamiento
verdadero y no contradictorio sobre lo
que es diverso o lo que es idéntico, que se
traslada sin sonido ni voz a través de lo
que se mueve a si mismo, y cuando el
círculo de lo otro, en una marcha sin
desviaciones, lo anuncia a toda su alma,
entonces se originan opiniones y
creencias sólidas y verdaderas, pero
cuando el razonamiento es acerca de lo
inteligible y el círculo de lo mismo con un
movimiento suave anuncia su contenido,
resultan, necesariamente, el conocimiento
noético y la ciencia. Si alguna vez alguien
dijere que aquello en que ambos surgen
es algo que no sea el alma, dirá cualquier
cosa, menos la verdad.

w w w  .  p  h  i l o  s  o  p h  i a .  c  l  /   E s c u e l a   d e   F i l o  s o  f í a   U n i v e r s i d a d   A R C I S

Sonetos de Garcilaso de la Vega

Soneto XXXIV


Gracias al cielo doy que ya del cuello
del todo el grave yugo ha desasido,
y que del viento el mar embravecido
veré desde lo alto sin temello;

veré colgada de un sutil cabello
la vida del amante embebecido
en su error, en engaño adormecido,
sordo a las voces que le avisan dello.

Alegrárame el mal de los mortales,
y yo en aquesto no tan inhumano
seré contra mi ser cuanto parece:

alegraréme , como hace el sano,
no de ver a los otros en los males,
sino de ver que dellos él carece.



Soneto XXIII


  En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

  y en tanto que el cabello, que en la vena      5
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

  coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado       10
cubra de nieve la hermosa cumbre;

  marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.


(otra versión)

Soneto XXIII

En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello, blanco, enhiesto
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.


Soneto XIII

A Daphne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
Égloga I
Egloga I


  El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                   5
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado                     10
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
                                                 
  agora de cuidados enojosos                       15
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;                20
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma                   25
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

  En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,                30
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,                              35
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;                40
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.
 
  Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado                  45
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,                               50
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,                              55
razonando con ella, le decía:

Salicio:

  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;                60
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                 65
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70

  El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre              75
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,                80
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar (¡desconocida!) al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?                     90
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
(pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo)
no recibe del cielo algún castigo?                 95
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento                100
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                           105
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                   110
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!                115
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,                            120
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.                                 125
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                            135
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140

  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?,
y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,              145
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Materia diste al mundo de esperanza              155
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.              160
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;               165
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada              170
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada
tanto que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,                         175
tan disforme ni feo;
que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;                  180
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío                                 190
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!                         195
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,           200
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado                                  205
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210
  
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura;
yo dejaré el lugar do me dejaste;                
ven, si por sólo esto te detienes;                 215
ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,                             
a quien de ti con lágrimas me quejo.               220
Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.       

  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,             
con la pesada voz retumba y suena.                 230
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.              
Lo que cantó tras esto Nemoroso                    235
decidlo vos Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.

Nemoroso:

  Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,            240
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                 245
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                     250
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

  Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.                   255
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                 260
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                   265
pues no la ha quebrantado tu partida.

  ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,                  270
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,                               275
¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,                                280
en la fría, desierta y dura tierra.

  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento            285
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto                            290
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295

  Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace              300
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,                  305
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.

  Como al partir del sol la sombra crece,          310
y en cayendo su rayo se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,                  315
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,                  320
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.

  Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,               325
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente                           330
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,              335
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;

  desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.                  340
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando                           345
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                             350
primero no me quitan el sentido.

  Una parte guardé de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                   355
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                        360
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                   365

  Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece                     370
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.               375
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

  ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?            380
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,               385
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo             390
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?

  Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                 395
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                             400
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte                 405
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

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  Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,               410
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa                            415
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,                                420
se fueran recogiendo paso a paso.